miércoles, 30 de julio de 2014

Luz verde (o roja) a la conducción.


Apto para conducir... o quizás no tanto. Cuando se trata de conductores que han sufrido una enfermedad neurológica, como un ictus, que están afectados por esclerosis múltiple o Parkinson, no siempre es fácil medir hasta qué punto es seguro que se pongan al volante. Depende del tipo y grado de afectación de cada individuo, una situación que le toca evaluar al neurólogo, cuyo informe se convierte en una pieza clave en los centros de reconocimiento para la conducción.
En la práctica habitual, estos especialistas se apoyan en una serie de pruebas clínicas y neuropsicológicas para evaluar las capacidades del conductor, pero desde hace tiempo vienen reclamando un protocolo más estandarizado y concreto que permita definir con claridad si el paciente puede seguir conduciendo.
A veces, argumenta Jesús Porta, neurólogo del Hospital Clínico San Carlos de Madrid, "el deterioro cognitivo de una persona es leve y aún podría ser autónomo [conduciendo] sin suponer un riesgo para terceros". El hecho de incapacitarle para conducir (la última palabra no es del neurólogo, sino del médico evaluador del centro de reconocimiento para la conducción) "puede cambiarle aspectos importantes de su vida. Le evitas estímulos que pueden ser beneficiosos para su recuperación". Al fin y al cabo, la capacidad de conducción es un indicador de independencia y autonomía.


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